
Eso es lo más dramático del Informe Final de la Comisión de la Verdad, presidida por el padre Francisco de Roux: la sola dimensión de la catástrofe nacional; el número abrumador de homicidios, masacres, secuestros, reclutados y violaciones. El tamaño del baño de sangre. Entre 1985 y 2018, el país sufrió 450.664 homicidios, casi todos de gente humilde, incluyendo indígenas, afros y campesinos; 50.770 víctimas de secuestro; ocho millones de desplazados; 121.768 desaparecidos; 16.238 menores reclutados, y nueve millones de víctimas en total del conflicto. El padre De Roux lo resumió con un dato demoledor: si guardáramos silencio por cada víctima de esta guerra inútil, el país guardaría silencio durante 17 años.
Es una vergüenza, repito. Pero aquí se aprecia la tarea colosal de los 11 comisionados que recogieron cerca de 30.000 testimonios, haciendo una rigurosa investigación para develar la realidad que estaba ocurriendo bajo nuestras narices y para señalar la responsabilidad de cada grupo violento, en blanco y negro. De todos estos asesinatos, el 45 % fueron cometidos por paramilitares; el 27 %, por guerrillas, y el 12 %, por agentes estatales. Y el pueblo inerme fue la mayor víctima. Ocho de cada 10 muertos eran civiles.
Es una vergüenza, insisto. Y no sólo por la hondura del dolor, sino por la cantidad de compatriotas que sufrieron lo indecible mientras una franja enorme de la población se cruzaba de brazos y prefería mirar a otro lado. Y lo sigue haciendo. ¿Cuántos de la clase dirigente no desprecian la Comisión, los que ven conspiraciones comunistas a cada paso y creen que el padre De Roux es un agente de la subversión? ¿Cuántos se niegan a aceptar su cuota de culpa en esta tragedia y no sólo carecen de la grandeza para pedir disculpas por haber si no fomentado sí tolerado tanta infamia, sino que ni siquiera admiten la validez del informe ni lo quieren leer? Incluso la senadora María Fernanda Cabal tuvo el cinismo de llamarla “la Comisión de la Mentira”. Es decir, los comisionados trabajando durante casi cuatro años sin pausa, y estas personas, a salvo en cómodos sillones de la capital, se burlan de su esfuerzo y sacrificio.
Y del sacrificio de las víctimas. Por eso, su representante, que debía ser el presidente de la República (si este fuera el presidente de todos los colombianos), ni siquiera asistió a la ceremonia de entrega del Informe Final, mostrando su desprecio por este aporte invaluable. Y en vez de haber hecho todo lo que estaba a su alcance por cumplir con los acuerdos estipulados en el gobierno anterior y promover la paz, este le puso trabas al proceso, aumentando el baño de sangre. Y mientras Duque viaja y pasea y se presenta como un demócrata y un defensor del medio ambiente, no se ruboriza ante el hecho de que el fiscal es su amigo personal y la nación que él preside, pero no lidera, es el país con el mayor número de líderes ambientales asesinados en el mundo. Una vergüenza más de tantas de este gobierno que por fin agoniza.
Ahora, ¿por qué es invaluable este Informe? Porque le da voz y le rinde tributo al martirio de millones, que soportaron la ignominia no sólo de sufrir más allá de las palabras, sino que no fueron escuchados y ni siquiera les creyeron. Eso pasa con el tormento: es doble cuando se padece y no se reconoce. Cuando nadie le presta atención, cuando la tortura, la violación, la muerte atroz, la humilde casa en llamas, el exilio o el secuestro son recibidos con un bostezo de indiferencia. No existe peor ofensa ni mayor indignación. ¿Cómo puede ser que esta experiencia, que fue tan cruel y bestial, se niegue y silencie? ¿Que no merezca respeto, ni la simple dignidad de reconocer que ocurrió? ¿Acaso estas largas y profundas cicatrices que se llevarán para siempre en la mente, en el alma y el corazón son invisibles para los demás? ¿Tanto sufrimiento sólo pasa de largo y es de inmediato ignorado? No. Eso le dice el Informe a cada víctima: No. Tu dolor es auténtico y en estas hojas está plasmado. Para que tus semejantes y la posteridad lo conozcan. Y si tu dolor fue superior a las palabras, al menos aquí están las palabras que lo rescatan y lo validan, que lo honran y le dan sentido. Que impiden la indiferencia. Que imposibilitan el olvido.
¿Hay algo bueno de todo esto? Sí. Que ahora sabemos lo que nos espera si no corregimos rumbos, el mar de sangre que seguirá fluyendo, que no es teórico sino real. Ahora, gracias a la Comisión, conocemos en detalle la barbarie de esta matanza entre hermanos y apreciamos su verdadera dimensión.
La que nos debe avergonzar a todos.
Título original: "Es una vergüenza que hayamos tolerado una tragedia de esta magnitud"
Escribe: JUAN CARLOS BOTERO