top of page

Entre algunos “amigos” y enemigos de Petro, no hay demasiada diferencia



Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI*


Mucho se dijo acerca de la salida del ministro de educación, Alejandro Gaviria; de cultura, Patricia Ariza y de deportes, María Isabel Urrutia, pero lo peor de todo fue comprobar el alto grado de incomprensión entre quienes apoyan o tal vez, apoyaron la elección del actual primer mandatario.

Es comprensible que el uribismo esté pendiente de cualquier detalle para tratar de deslegitimizar a Gustavo Petro. En cambio, si se trata de “fuego amigo”, daría la sensación de haber obtenido un triunfo para nada, de estar desaprovechándose la mejor oportunidad de transformar el país desde el poder.


¿Tan difícil resulta comprender que no se puede hacer parte de un gobierno del cual se está en contra? Los documentos filtrados no permiten dudas ni alegatos.


En la historia de la táctica militar, de la estrategia política, a la hora de librar una confrontación indeterminada, lo primero es anular los enemigos internos para cerrar filas, sin darle ventajas a los externos.


Petro no es un déspota. Está comprometido en sacar adelante las reformas, a lo cual los mencionados se oponían. Con la autoridad de más de 11.500.000 votos, debió tomar medidas drásticas frente a semejante grado de irresponsabilidad, obedeciendo las demandas de la mayoría.

Tampoco puede denominárselo mesiánico o populista. Es un dirigente alternativo, demócrata y popular como no lo será nunca el uribismo, “tomando prestado” del MOÍR a través de un antiguo militante, José Obdulio Gaviría –primo hermano del narco capo Pablo Escobar- el atributo del “culto a la personalidad” de Álvaro Uribe Vélez. Desde sus inicios en otras colectividades, los sectores progresistas siempre rehusaron la obediencia ciega, la sumisión a cualquier conductor político, fuera de brindarle el necesario apoyo inicial.


Hablando del presunto sometimiento antidemocrático al primer mandatario; ¿alguien podría imaginar las consecuencias en ese sentido, de gobiernos como el de Federico Gutiérrez o Rodolfo Hernández, el primero paramilitar de la “¿Oficina de Envigado” y el segundo, un conocido usurero estafador? ¿Puede olvidar tan rápido el pueblo la persecución, la censura, los asesinatos, promovidos por la seguridad democrática, la confianza inversionista, la cohesión social o el estado de opinión durante veinte años de uribismo y compararlos con Petro?


A pesar de sonar gracioso, en medio de los ataques de la oposición, negándose furiosamente a resignar sus prebendas mal habidas, algunos “progresistas” parecieran “desconocer” diferencias tan evidentes, como si comulgaran con su discurso irracional.


Populista no, popular


No es el Presidente que se desvió de sus promesas iniciales, sino los funcionarios salientes por no cumplir con las metas del modelo. Igual sucede en las empresas. Si no rinde a la altura, se es despedido. Mucho más, al estar en juego los sagrados intereses de la Nación, el futuro, el bienestar de la comunidad. Y quedó demostrado: La inmensa mayoría prefieren que los dineros públicos se inviertan como se está haciendo en la actualidad, reconstruyendo el tejido social, invirtiendo en obras a cambio de los impuestos que se pagan en lugar de robar, de fugar el aporte de los contribuyentes a paraísos fiscales.


¿A quién le preguntaron si se podían “jugar la plata de las pensiones a la ruleta de la bolsa, utilizar “a placer” los recursos la educación o de los fondos del sector salud? De ser populista, Petro gobernaría con la comodidad de sus antecesores, dado dádivas, comprando votos, dejar obras inconclusas, adjudicarse el mérito de otros. Por el contrario, es popular porque es el primero en la historia haciendo respetar el derecho de la gente a vivir con dignidad, con todas las dificultades que esto conlleva al enfrentar a diario a auténticas organizaciones ilícitas funcionando en calidad de partido político.


Todo de lo que se acusa al primer mandatario, antes fue consumado por el uribismo casi sin objeciones, a nombre de un culto a la mentira cuyas consecuencias hasta ahora, Colombia es incapaz de superar totalmente. Por otra parte, tampoco hace falta ser tan inteligente para saber que el país las se encuentra quebrado, demanda urgentes reformas para hacerlo inclusivo, cumpliendo a rajatabla con el Estado de Derecho. Con la lógica planteada sobre el supuesto carácter populista, apenas no lo son los empeñados de no hacer absolutamente nada, arrastrados por los dictados de las potencias hegemónicas y los organismos internacionales de crédito, entre otros. Tampoco lo es tratar de construir la moral de la Nación, cuando el colombiano promedio requiere volver a creer en la dirigencia o las bases para hacerlo posible se sustentan sobre la verdad, la paz, la reconciliación, poniendo poner a las instituciones a cumplir la función para las que fueron creadas o brindarle conciencia de derechos a la ciudadanía, siempre sometida por la fuerza a los intereses de las minorías y cúpulas.


El gobierno no plantea cambios por razón de la fuerza, sino a través de la fuerza de la razón. Por eso la reforma laboral, a la salud o las pensiones, que son la esencia del Estado ausente y fallido, con excepción de los grupos afines al poder, que no lo notan porque siempre vivieron de quienes generan verdadera riqueza del país a través del trabajo. En ese sentido, no puede dejar de reconocerse que Petro buscó, busca permanentemente funcionarios afines a las distintas carteras, antes ocupadas haciendo énfasis en el favoritismo, la cuota política, la corrupción y no existe otra alternativa para superar esta realidad irrefutable que ponerle freno a la enorme deuda social, modernizando las estructuras económicas feudales, antidemocráticas, excluyentes, alcanzando el desarrollo mediante el pleno empleo, disparando el consumo.


Admirar, estar de acuerdo con un dirigente, darle la oportunidad de presidir el país al elegirlo en las urnas, es la base de un sistema democrático. Del conductor, la doctrina en la que se sustenta, junto con la plataforma, están cimentados los liderazgos, de los que el carisma es una parte importante, aunque transitoria, porque a la hora de gobernar la única verdad es la realidad y el éxito, siempre irá de la mano de quienes se atengan a las limitaciones, las oportunidades, las circunstancias del contexto, del momento histórico.


La labor es titánica, teniendo en cuenta que el actual gobierno nunca se apoderó de la palabra, sello inconfundible de las dictaduras. Un grupo político puede tener lemas resumiendo para la masa las propuestas en caso de accederse a la primera magistratura. El uribismo, las derechas en general, por citar los ejemplos más cercanos, se apoderan de la palabra a través de la tergiversación, la falacia, la persecución al contradictor, su eliminación física.


La permisividad ante la mentira en reemplazo del argumento, del debate, la falta de respeto como instrumento recurrente de la oposición actual, acaba por descartar este señalamiento, porque si algo caracterizó al gobierno de Petro hasta la fecha, fue el respeto a la diferencia excepto al momento de reemplazar ministros no acordes con los propósitos de la administración.


Tarde o temprano, la realidad acaba por alcanzar a todos. Es una e imposible de fabricar. Se puede ocultar, “maquillar” durante algún tiempo, pero estalla como sucedió de manera inexorable con la situación nacional desesperante, bien conocida hasta por quienes pretenden desconocerla.


Los fondos públicos en su mayoría, se encuentran o son manejados por sectores públicos, privados de espaldas a las demandas de la gente, a la realidad. Por ese motivo se asiste ya no a su monopolización por parte del Estado, sino a poner estas potencialidades en provecho del bienestar general por medio del arbitraje del Gobierno, a la postre la única entidad legal autorizada a distribuir la renta nacional en función de los derechos ciudadanos inalienables, a fin de crear las condiciones de trabajo, salud, educación, etc. De no ser el Estado capaz de representar el interés de las mayorías, no tiene razón de ser y se pasa a convertirse en otro instrumento de opresión en provecho de parásitos u oportunistas.


La voluntad del pueblo determinó la elección de un Gobierno al cual encomendó evitar la concentración de la riqueza. No, quitándole al rico, sino cumpliendo la función social de generar oportunidades, de rescatar al pobre de la miseria, devolviéndole la posibilidad de obrar como una unidad económica sustentable, construyendo la riqueza del país, conforme a la capacidad individual. En síntesis; ¿resulta “populista” la obligacióne, el compromiso real de cualquier administración?


Polarización lógica


El odio de clases no lo producen los gobiernos, sino las graves condiciones sociales provocadas de manera arbitraria a causa del privilegio desmesurado de una minoría, a expensas del esfuerzo de la mayoría, condenada a sostenerla aún a costa de subsistir en condiciones indignas, a veces hasta infrahumanas, padeciendo el despojo alevoso de sus derechos fundamentales.


La derecha y la extrema derecha siempre antepusieron un orden social injusto en su propio provecho, a nombre de jerarquías inexistentes. Frente al sistema insostenible, aún bajo el sofisma de la falsa democracia limitada a la libre elección de las distintas burocracias continuistas, la dinámica de la lucha de clases aparece cuando los sectores vulnerables pugnan por acceder a sus necesidades materiales o espirituales, mientras los que ostentan el poder pretenden conservarlo.

Dicho escenario trae aparejado la impopularidad de la clase dirigente, vista con justa razón como el obstáculo hacia el verdadero progreso sostenible, del bienestar general. No es un acto subversivo, guerrillero ni terrorista aspirar a vivir mejor antes de la paz que proporciona la muerte, como quiere hacer creer el uribismo. Por el contrario, el cuadro de confrontación es promovido desde el poder omnímodo e inapelable de quienes pretenden hacer del país una concesionaria donde operen en calidad de testaferros, haciendo objeto de su enconado rencor a quienes atenten contra sus prebendas.


A ese efecto, no se puede caer en el error de que las masas conscientes de sus derechos las movilizan los líderes. El surgimiento de los mismos lo provocan los sucesos económicos, las inquietudes sociales, le necesidad de ejercer las distintas libertades, seleccionando de modo natural a los que encabecen las demandas de cambio. Las masas se movilizan por el interés de revertir una situación indeterminada injusta y lo hacen con espontaneidad, siempre y cuando no sea cooptada, engañada o pagada. En cuanto a los dirigentes deben saber interpretar la situación, al menos si son populares, marchando a la cabeza de los pueblos. Caso contrario, serán los pueblos los que avanzarán con la cabeza de estos presuntos “dirigentes”.


También fue la extrema derecha colombiana la encargada de fustigar con presuntos enemigos externos -el comunismo, los países vecinos- y el interno, catalogando de terroristas a quienes pretendieron un cambio político, social o económico desde la democracia o el uso de las armas. Con respecto a estos últimos, cayeron en una descomposición gradual que lo arrastró al crimen organizado, pese a utilizar la fachada “revolucionaria”, pero operando como socio menor del establecimiento para perpetuar el estado de guerra, proclive al negocio de las armas y del narcotráfico.


Sin embargo, ese terrorismo se queda en pañales frente al propiciado desde el mismo Estado. “Falsos positivos”, desapariciones forzadas, “chuzadas”, asesinatos de docentes, estudiantes, sindicalistas, maestros; líderes sociales, indígenas, comunitarios, al punto de eclipsar las víctimas de algunas dictaduras militares, contaron con la financiación de gobierno a las fuerzas de seguridad, grupos al margen de la ley, con el objetivo de hacerse con el control social para mantener una tiranía “solapada”.


Teniendo en cuenta tales antecedentes, resulta hasta burlesco considerar inmune a la crítica, a un Gobierno atacado sin argumentos las veinticuatro horas del día. Igual, en materia de autocrítica, cuando el mismo Presidente de la República admitió en numerosas oportunidades sus errores antes, durante o después de ocupar el primer cargo de la Nación. Sin embargo, se sabe que la mejor manera de no equivocarse nunca, es no haciendo absolutamente nada.


El Gobierno siempre actuó dentro de la ley. No removió un sólo juez. No hecho a enemigos declarados como la procuradora o el fiscal, ni expropio medios de comunicación, que siguen diciendo mentiras con total desparpajo sin asumir siquiera las consecuencias legales. Procuró, si el saneamiento de las instituciones, sustrayéndolas del accionar de las mafias del poder.


Por consiguiente, queda claro que la administración de Gustavo Petro dista de ser populista. Es popular. Actúa de manera consecuente a la autoridad conferida en las pasadas elecciones presidenciales por la ciudadanía, conforme a la legalidad, aun cuando la oposición alienta un golpe de Estado. En cuanto a algunos “copartidarios”, celosos ante las pérdidas de su cuota en el gobierno, ahora lo catalogan de déspota haciéndole el juego al uribismo o a sus socios del silencio.








*Periodista, escritor, poeta y cantautor. Director general de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA y de su suplemento, ARCÓN CULTURAL. Integrante de ¡UYAYAY! COLECTIVO POÉTICO, así como del CÍRCULO DE POETAS IGNOTOS.

48 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Kommentare


bottom of page