Jaime Duque López, con "alma de arrabal" de Viterbo a Risaralda
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Jaime Duque López, con "alma de arrabal" de Viterbo a Risaralda

El hombre tiene presencia verdaderamente musical. Personalidad de samán, corpulenta como esa planta.

Nació blanco pero la vida le pintó los ojos de color verde. En su primera juventud más de una mujer se los quiso “robar”. Sin embargo fallaban en el intento ya que se defendía cerrándolos para una indiferencia que las obligaba a huir.


Hoy por hoy con otra edad, en la que algunas personas mantienen por cierto tiempo la misma figura o sea que ni para adelante ni para atrás, las manos le dan para tocar un instrumento que al ponerle los dedos sobre el registro le da el sostenido y bemoles.


Si le palpa los botones de color negro, bajos, cual pezones, le sale con la armonía y si lo hace en las teclas se le viene con la melodía.


Agradecido con todo esto el instrumento se le extiende sobre el pecho si está operándolo de pie o sobre el regazo si está sentado abriéndole además el fuelle y jadeando a gran volumen. Para qué si la mera música del acordeón es capaz de un concierto completo.

Este hombre en vez de un acordeón tiene 3 y cuando están activos muestran buena marca: Honner.


El primero es un amplificador con sonido de bandoneón. El segundo es para grandes conciertos.


El tercero para gozarlo en compañía de amigos en el bar y la cantina.


Los ama como a la esposa que encontró en la música para ser el hombre de tres acordeones y una sola mujer. Identidad


Este hombre del cual he hablado tanto inicialmente y que acaricia el acordeón con la misma pasión ansiosa del amante a la amada, tiene un nombre que ya está en la memoria colectiva de los melómanos: Fabio Duque López. Nació a la sombra de los samanes de Viterbo que le hacen calle de honor a las personas que visitan este municipio caldense.


Allí tuvo su casa sin estrecheces de ninguna clase ya que era de largos corredores y dos patios internos por donde todas las mañanas entraba el sol como Pedro por su estancia.


Su señor padre, de nombre rimbombante: Juan Crisóstomo y su señora madre, Susana López, tan carismática que de pura voluntad le daba clases de alegría a la gente más huraña del pueblo.


Sus tíos paternos, entre ellos quien fuera músico y compositor de gran estatura, Obdulio Duque, oriundo de Apía (Risaralda), nunca trabajaron, cantaron entre copas llenas de aguardiente “amarillo,” el licor preferido por los hombres que para pedirle el cuerpo a una mujer primero se tenían que embriagar. De juguete


¿Cómo se inició en la música Jaime Duque López?

– Con el acordeón de Walter, quien fue mi hermano mayor y talento de la música. Lo tomé como juguete cuando era apenas un niño de 5 años.


Al llegar al colegio el profesor José Oyuela lo ponía a cantar con su compañero de estudios, Fernell Ocampo Múnera hoy un destacado músico e intérprete además de escritor e historiador de buenos apuntes.


Jaime llegó a Pereira en el año de 1958 para ser alumno del profesor de música Andrés Ramos, del antiguo conservatorio de música de la Universidad Tecnológica.


Al cumplir los 18 años fue a prestar el servicio militar en el Batallón de Ingenieros Agustín Codazzi de Palmira en el Departamento del Valle del Cauca para ser soldado de 2 armas: ojos verdes para “matar” mujeres y acordeón para tocar.


Recuerda que un capitán, Alegría, para hacer honor al apellido lo llamó al igual que a otros reclutas y creó el grupo musical de la unidad militar.


Al abandonar el ejército aún era un muchacho tan morigerado y además tímido que aguantó los tirones de la adolescencia hasta los 25 años en que sacando confianza de donde no la tenía llevó a la primera mujer a la cama.

Luego se dedicó a cantarle a las muchachas más bonitas. Llegó a tener dos novias a las que les llevaba serenatas pero con ninguna se casó.


Lo hizo con Floralba Pinilla a quien vio brillar en un centro musical. Eran tantos sus atractivos de mujer que se le acercó y le dijo que si se casaba con él iban a tener los hijos más bellos del mundo. Una vez casados hicieron hasta para vender y les llegó una niña, María Cristina, que bien pudo haber sido reina de belleza. Por esa misma época Jaime acompañó con su acordeón al cantante Raphael que se presentó en el Gran Hotel interpretando la canción ‘Qué nadie sepa mi sufrir’. Esa pieza musical fue pronóstico fatal para Jaime ya que cuando la hija cumplió 30 años un par de ángeles la hicieron desaparecer llevándola seguramente al cielo pero viviendo el padre el mismo sentimiento de la canción del artista español.


Antes de morir María Cristina ya se había dado una pasadita por el cielo trayéndole a sus padres como souvenir, dos nietos que para ser ángeles apenas les faltan alas: Miguel Ángel y María Angélica Betancurt Duque, de 18 y 11 años respectivamente.


Sobrado


Con su acordeón de conciertos el mismo que dice estar sobrado de fuelle, ha acompañado a verdaderas estrellas de la canción.


Con este mismo instrumento de viento entró a la Fundación Granito de Amor dizque para que su fundadora y directora Lucero Cifuentes de Arbeláez, mujer que todos los días reparte su corazón, tan grande que le queda para seguir viviendo, nunca pierda la alegría.


En el momento acompaña como intérprete al cantante argentino Carlos Ricchetti quien vino a Pereira para cerciorarse de que es ciudad sin puertas.


¿Y cómo se relaja y divierte el acordeonista Jaime Duque?

El lo ha dicho: “echádome sobre la hamaca de mi casa con las patas arriba y escuchando tangos. Tango lunfardo, tango de arrabal”.


Así es el viterbeño de relajado, pues la música le ha dado todo, incluyendo a la amada esposa.


Fuente: EL DIARIO

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