No deja de ser llamativo que la reunión del próximo jueves 20 entre Joe Biden y Gustavo Petro sucederá un día después de que el país político recuerde que el 19 de abril de 1970 nació el grupo guerrillero en el que militó el hoy presidente de Colombia.
Es meramente circunstancial y anecdótica esta cercanía temporal, pero en perspectiva histórica se traduce en que 53 años después de que Petro se levantara en armas contra el Estado colombiano con un discurso antiyanqui, la semana entrante se sentará a dialogar de tú a tú con la cabeza más visible de la potencia “imperialista” que hoy contribuye con su ayuda militar y económica a luchar contra el comunismo y el terrorismo. Desde la Alianza para el Progreso, hasta llegar al Plan Colombia, la intervención de EE. UU. en los asuntos internos se ha normalizado tanto, que ningún presidente colombiano está en la capacidad de exigir un cambio para esa realidad.
Ese asunto por supuesto no será tocado en la reunión Biden – Petro, justamente porque el mundo cambió. Ya no estamos en los tiempos de la guerra fría ni de la lucha contra el imperialismo. Lo que hoy se mantiene es el tutelaje americano sobre un país que tiene todas las condiciones para que Estados Unidos lo vigile, presione y castigue cuando sea necesario: cultivos de droga, un conflicto armado interno y la migración ilegal de nacionales; y claro, los intereses económicos y militares del país del norte en el territorio nacional.
Al encuentro con Biden el presidente Petro llega con la legitimidad y el reconocimiento necesarios. Será un diálogo tenso, en consideración a la postura crítica asumida por nuestro mandatario frente a la lucha contra las drogas, a la que calificó en intervención en la ONU del 20 de septiembre de 2022 como un fracaso.
Pero no hay duda en que primará la cordialidad. Acostumbrados los americanos a imponer la erradicación violenta de los cultivos de uso ilícito (coca en particular), en esta ocasión encontraron en Petro una respuesta digna: no se perseguirá a los campesinos cocaleros, como lo hicieron los gobiernos de Uribe, Santos y Duque, articulados a la idea de acabar con el campesinado por tres vías: la perversa política agraria diseñada desde 1990, las masacres paramilitares y la erradicación forzada de los cultivos de coca, incluida la acción ecológicamente criminal de fumigar con glifosato.
La lucha ahora se enfocará en la interdicción, en golpear las finanzas de los narcotraficantes y en extraditar a todos los narcos que la justicia americana solicite.
En el tema del cambio climático, ahí sí, hay fuertes coincidencias. Se espera que este asunto sirva para que Biden comprenda que continuar fumigando con glifosato es un crimen ambiental, puesto que afecta la biodiversidad.
Otro asunto problemático se relaciona con los Tratados de Libre Comercio (TLC). De la misma manera como Petro intenta proteger al campesinado al negarse a fumigar los cultivos de coca, renegociar las condiciones en las que se firmaron los TLC debería hacer parte de la estrategia que busca garantizar la seguridad y la soberanía alimentarias de Colombia. La resolución 970 de 2010 del ICA, que durante el gobierno de Juan Manuel Santos legitimó la compra obligada de semillas certificadas, constituye un ejemplo claro de las dificultades que generan los TLC en sectores vulnerables de la sociedad. Dicha medida en particular la están sufriendo familias en el Tolima y otros departamentos dedicados al cultivo de arroz.
Nuevos temas se tocarán, otros harán parte de las comisiones bilaterales para su discusión. Lo importante es que este encuentro, gestionado con tiempo por nuestro embajador en Estados Unidos, Luis Gilberto Murillo, terminará convertido en importante espaldarazo político a un gobierno que en lo interno enfrenta a una élite plutocrática que jamás se atrevió a decirles a los gringos y al mundo que la guerra contra las drogas fracasó.
La derecha retardataria que impuso a Iván Duque, «llora» que a su títere jamás lo recibieron en la Casa Blanca, justamente por la irresponsable y temeraria intervención de congresistas colombianos en la campaña electoral que enfrentó a Joe Biden con Donald Trump. Este último, todavía asumido por la extrema derecha uribista como un héroe.
Fuente: EL UNICORNIO
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