
Escribe: MATEO PAVAS BURITICA*
Sin duda para hablar de filosofía y reconstrucción del pensamiento en un lugar tan desgarrador, tan llevado, y tan olvidado como lo es Colombia, se debe aplicar esa filosofía que habla sobre la identidad.
Colombia históricamente se ha visto perpleja por el allanamiento de intrusos en sus distintos terrenos, esos intrusos, los mal llamados héroes de la patria, se han sumado a borrar la memoria de nuestros corazones, y de nuestras almas. El olvido ha sido como una condena instantánea en las diferentes comunidades del país. Ya se ha olvidado la historia de los indígenas, el sufrimiento del afro, la incertidumbre del campesino, o de la madre llorando por no tener comida.
Es claro decir que la voz del silencio, del no hablar, del callar, ha sido la misma soga de suicidio de una sociedad colombiana. Por ello, en los contextos educativos, sociales y culturales hay que tomar esa filosofía de la identidad como un punto reivindicador para fortalecer una democracia social en la cual mire al otro como un par, como un aliado, como un territorio al cual se le puede hablar.
De igual forma, se ha olvidado la delicia por el conversar y se ha utilizado la mal llamada paloterapia, un concepto digno de una cultura tan arraigada al garrote. Y es que conocer y reconocer la identidad cultural como componente que nos permita reflexionar es una banalidad hablarla en las calles, es más, quien hable de espacios de diálogo es tratado de loco y de mamerto.
A mi modo de ver, es difícil hablar con el otro en un país donde los reconocimientos de las facultades humanas son obsoletos cuando se demuestra que el que tiene el brazo más fuerte, o el alarido más grave, es el mismo con potestad para hablar.

Columnista. Estudiante en Educación Continua en la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP).
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