¡El cambio llegó para quedarse y no hay golpe de Estado que lo impida!
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¡El cambio llegó para quedarse y no hay golpe de Estado que lo impida!



Escribe: CARLOS ALBERTO RICCHETTI*


Lo que comenzó perfilándose como una insinuación a voces para establecerse como caja de resonancia por parte de la extrema derecha del no cambio en Colombia, hoy ya ni siquiera aplica como la mera insinuación de un grupo de extremistas desadaptados.


El llamado a derrocar al gobierno democráticamente elegido de Gustavo Petro, resulta peligroso para la vigencia del Estado de Derecho en detrimento de los intereses de quienes vivieron a expensas del trabajador, de las distintas administraciones. No tiene otro objetivo que no sea el de aplastar a sangre y fuego las demandas sociales de cambio, expresadas por la voluntad popular en las urnas.


Esto no es nuevo. Tiene antecedentes en el pasado reciente. Pasó cuando el conservatismo violento e intolerante –padre ideológico del uribismo- decidió ponerles freno a las tímidas reformas del primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, basadas en la ley 100 de 1936, estableciendo la función social de la propiedad. Casi de inmediato, líderes con fuertes intereses en el latifundio como el empresario cafetero, Mariano Ospina Pérez o el ultra católico pro nazi, Laureano Gómez Castro, comenzaron a acusar al gobierno de entonces de estar integrado por comunistas. Nada más lejano a la realidad.


En ningún momento los avances políticos de López Pumarejo amenazaron con abolir la propiedad privada, ni expropiar, sino se anticipó a los mismos problemas centenarios que Gustavo Petro hoy busca resolver con medidas contundentes: Desarrollar el campo, mecanizarlo, potenciando a su vez la industria junto al comercio, redistribuyendo la renta nacional sin tocarle un peso a nadie. Es decir, lo opuesto a las pretensiones de las clases terratenientes de mantener las tierras improductivas, con la mayoría de la población rural emigrando a las grandes ciudades para colocarse a trabajar por cualquier salario.


Como si esto fuera poco, tras la presidencia del liberal moderado, Eduardo Santos Montejo, López Pumarejo vuelve a la Presidencia, aunque prescinde de “la revolución de marcha” y por “casualidad”, lejos de congraciarse con sus antiguos enemigos lo derrocan aprovechando su visita a la ciudad de Pasto. La cuestión no era “luchar contra el enemigo”, los “anti católicos” o los diferentes fantasmas azuzados a efecto de seguir concentrando el poder real.


Años después, incapaz de pacificar al país poco antes exacerbado a través de mensajes de odio, acciones violentas e intolerancia, la clase dirigente dio el famoso golpe, pero “de opinión”, facilitando la llegada del general Gustavo Rojas Pinilla en 1953. En principio todo pareció andar sobre rieles. Colombia alcanzó un desarrollo nunca visto hasta ese momento, con nuevas industrias, vías, la creación del aeropuerto El Dorado, del antiguo D. A. S., el descenso de la violencia al menos un 80% en la suma del territorio nacional.


Sin embargo, el aumento de la popularidad de los militares a partir de una obra orientada a dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía, sumada a las bondades de la bonanza cafetera, pronto despertaron el celo de los mismos que creyeron encontrar una salida frente a su propia ineptitud de la mano de Rojas Pinilla.


Desde los mismos partidos tradicionales, desalojados del poder, volvió a surgir la plaga del malestar. El asesinato de algunos caudillos de las guerrillas liberales de los llanos, como Guadalupe Salcedo, la organización de grupos para fomentar la violencia –caldo de cultivo ancestral de la derecha a la hora de alcanzar sus fines oscuros- parecieron formar parte tácita del pacto establecido en la ciudad española de Benidorm para “volver a la normalidad democrática.


¿Los firmantes? El derrocado ex presidente conservador, Laureano Gómez y el liberal, principal gestor intelectual de “La Violencia” (1948 – 1957) y el liberal “represor de los braseros del Magdalena e introductor de Colombia al Fondo Monetario Internacional, Alberto Lleras Camargo, gobernante de facto “elegido” para completar el período inconcluso de López Pumarejo.


La caída de Rojas Pinilla sería provocada por un hecho no fortuito, utilizado para forzar lo planeado de antemano. Ajenas a la labor de “la dictadura” –a la postre el gobierno más progresista, popular e incluyente del siglo pasado, con la sola mancha de la naturaleza no democrática de su elección- las demandas de las elites habían calado muy hondo en la población. Bastó el asesinato del estudiante Uriel Gutiérrez, la represión a la multitud de una plaza de toros al “negarse” a vivar a la familia del presidente, para llamar a la consabida huelga general patronal donde se llegó a pagarle a los trabajadores el día sin trabajar, lo cual forzó la renuncia de Rojas Pinilla.


¿El resultado? El comienzo del Frente Nacional, consistente en el reparto de las burocracias partidistas, de las cuotas del poder, ahogando cualquier opción independiente o alternativa de ofrecer a los ciudadanos un programa distinto al impuesto desde las cúpulas, como en la actualidad pretenden hacerlo María Fernanda Cabal, José Félix Lafaurie, Paloma Valencia, Andrés Pastrana Arango, César Gaviria Trujillo, sumada la clase política tradicional continuista.


En cuanto al viejo general Gustavo Rojas Pinilla, se presentaría poco más de una década después como aspirante presidencial de su movimiento, la Alianza Nacional y Popular. No obstante, el sistema jamás olvida a los enemigos reales, a quienes encabezan propuestas de transformación efectiva, al igual que Gustavo Petro. Esa sería la razón fundamental del fraude de las elecciones de 1970, donde a pesar de haber ganado las elecciones por escaso margen, se complotaron entre otros el presidente saliente, Carlos Lleras Restrepo –el abuelo del líder de Cambio Radical, Germán Vargas Lleras, pasado recientemente a la oposición en favor de los negocios de su hermano en las EPS, afectados por las reformas del Presidente Gustavo Petro para que la salud vuelva a ser pública – y el candidato del Frente Nacional, Misael Pastrana Borrero, padre del ex primer mandatario, Andrés Pastrana Arango, acusado de pederasta además de férreo defensor del terrorismo uribista de Estado. ¿Demasiadas casualidades juntas?


Mismo “molde”


“Se repite la historia, sólo cambia el actor”, canta el bolerista José Feliciano en el celebérrimo tema “La balada del pianista” de su álbum “Escenas de Amor” de 1982, aunque el autor de los versos o la música jamás hubiera podido suponer la vigencia de semejantes hechos en Colombia y no precisamente, a causa del amor sino de lo contrario.


La mayor parte de las historias ocurridas durante la violencia bipartidista, coinciden en tener idéntico origen. En medio de una indeterminada situación caldeada, el bando asociado al establecimiento solía eliminar a una figura irrelevante de sus propias filas. Se acusaba de inmediato a los contradictores de haber urdido la maniobra, como pretexto inmejorable para arrojarle todo el andamiaje represivo a disposición, con el hostigamiento previo de los sacerdotes católicos desde los púlpitos y la policía, sustrayendo las armas de defensa a los perseguidos políticos, antes de colaborar en las matanzas.


En la actualidad pretende recrearse un escenario similar. Frente a la sensibilidad de los gobiernos populares de presuntos escándalos, al no contar con el apoyo o la complicidad de los principales sectores de poder, en reemplazo de la Iglesia Católica los medios de comunicación se dedican a desinformar, tergiversando y falsificando al punto de crear una suerte de realidad paralela inexistente.


Aunque su desprestigio roza a estas alturas el 75%, sin contar que según las últimas estadísticas los contenidos de los canales de televisión oficiales no supera los 8 puntos de rating, ya sea por costumbre, apego a los profesionales encargados de ejercer la mala prensa, existen sectores de la población muy vulnerables a caer en el propósito de los poderosos encargados de controlarlos.


Durante el último gobierno uribista de Iván Duque, se descubrió un largo listado de periodistas sujetos a la millonaria pauta oficial de los que pretenden controlarlo, poseerlo todo, viviendo como vagos a expensas de la mayoría obligada a trabajar para a veces no poder ni subsistir. Del mismo modo, cumpliendo distintas funciones, se articulan los socios del poder de turno como verdaderos mandaderos, a cambio de las migajas del banquete.


Las cúpulas de policías, militares, industriales, gamonales, ganaderos, terratenientes, banqueros, grupos residuales de la extinta guerrilla de las FARC, las bandas asociadas al narcotráfico y el elemento paramilitar, hacen parte de un engranaje donde se delinque de común acuerdo, con el pueblo en el eterno papel de “conejillo de Indias”, vilipendiado o utilizado en calidad de marioneta para sus propósitos.


Ya antes de la llegada de Gustavo Francisco Petro Urrego, la oposición política encabezada por el uribismo comenzó a mostrar las uñas, como siempre de espaldas a la realidad, las profundas necesidades sociales o el repudio absoluto a la clase política. El Presidente no había asumido cuando la senadora uribista María Fernanda Cabal pretendió discriminar a los ganadores del favor popular en las urnas tildándolos de “socialistas”, como si el término tuviera implícito de por sí un componente despectivo o las ideas particulares de las personas, fueran las responsables de la muerte de las personas, en lugar de los hechos.


La alarmante carencia de propuestas –a excepción de retraer Colombia a los veinte años de plomo del uribismo, viró al exabrupto, la falta de respeto, la mentira, al “cuento chino”, al “chisme barato de galería”. Como la inmensa mayoría votó en contra de semejante forma de hacer política, se sintieron impotentes frente a las reformas encabezadas por Petro, desesperados, impávidos, ante la posibilidad de perder sus privilegios centenarios. Entonces comenzaron a tratar de desacreditar casi sin éxito los cambios impulsados desde el Gobierno Nacional, de la mano con la voluntad de la ciudadanía de mejorar aspectos de la importancia de las condiciones de trabajo, la situación de los pensionados o de los usuarios de la salud.


Después, mientras agitaban el odio, la venganza, el revanchismo, el rencor, la falsa figura de “la impunidad” de la cual siempre se beneficiaron gracias al favor político de la Corte Suprema, la Fiscalía, la Procuraduría, intentaron hacer pedazos la “Paz Total” planteada por Petro porque se oponía al negocio de las tierras despojadas, las armas o las drogas, cuyo monopolio les pertenece casi en su totalidad. Pero como no les fue suficiente, primero intentaron amarrar al ELN para negarse a negociar, cooptando económicamente hasta la fecha grupos armados ilegales con el propósito de generar hechos de violencia que conmuevan a la opinión pública.


Agotada la primicia de las denuncias de la ex esposa de Nicolás Petro Burgos, tras descubrirse sus nexos con el clan Char –tuvo un niño previamente con uno de los hijos de Pedro Lame, socio del mencionado clan costeño dueño del club Junior de Barranquilla- no se conformaron con la trascendencia de una novedad más acorde con las noticias del corazón, que del buscado escándalo político.


Ahora, mientras avivan el delito de rebelión llamando lisa y llanamente a provocar un golpe de Estado, pretenden de manera inescrupulosa utilizar la lamentable muerte del policía, que dejó como testimonio un video donde se despedía de sus compañeros, herido de muerte sobre la banquina.


La pregunta del millón es la siguiente: ¿Alguien puede tomarse en serio que les importa el fallecimiento de este o de cualquier servidor público, caído al “cumplir con su deber” e indirectamente, servir a los fines de esta verdadera cofradía de mafiosos disfrazada de partido político?


A estos miserables no les importa nada más que sus propios bolsillos, la cadena de privilegios haciendo a negocios de familia donde la variable de ajuste son los hijos del país. Por eso conspiran, incitan, desprestigian, matan, dispuestos a entorpecer cuanto se anteponga a sus intenciones de despojar, vaciar, estafar, traficar. En especial, cuando la gente les quitó el favor y después de más de doscientos años se encuentran fuera del Gobierno tras haber sido desalojados.


Detrás de Gustavo Petro, hay un pueblo unido, decidido a apoyar el viejo anhelo de vivir en paz, las reformas que más le convienen, caiga quien caiga o cueste lo que cueste. Dependerá de los partidos, movimientos o grupos significativos de ciudadanos consensuar acerca del mejor antídoto para hacerles frente.


El Presidente tiene al pueblo de su parte. La oposición, a los beneficiarios del malestar social, el billete para comprar a los escasos sirvientes que le quedan entre quienes gritaron al unísono: “¡Cambio!”.


Y aunque haya oferta, si la mayoría no quiere comprar basura porque no le sirve, la demanda deja de existir, de tener sentido, excepto si se decide empapelar las paredes con ese dinero mal habido.











*Periodista, escritor, poeta y cantautor. Director general de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA y de su suplemento, ARCÓN CULTURAL. Integrante de ¡UYAYAY! COLECTIVO POÉTICO, así como del CÍRCULO DE POETAS IGNOTOS.

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